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jueves, 27 de junio de 2013

Opium Warlords, We Meditate Under the Pussy in the Sky


(Svart, 2012)

Proyecto individual de Sami Hynninen (Albert Witchfinder de los míticos Reverend Bizarre), artista muy creativo y brillante, quien en este disco explora raros paisajes esotéricos con un lenguaje nuevo, inventado sobre la marcha, que tal vez podría ser definido, muy en general, como doom experimental, siempre que se tenga en cuenta que eso son sólo palabras para orientarnos a priori. En realidad la música en este disco es mucho más amplia y audaz que cualquier etiqueta ya acuñada, si bien es verdad que el doom parece el punto de partida, el epicentro de la experiencia, lo cual no es de extrañar hablando de quien hablamos. Pero hay mucho más aquí: un espíritu próximo al folk psicodélico a veces, mucho drone y noise, un poquito de rabia black, algo de rock progresivo incluso, como sutil aderezo al experimento. El gusto por las texturas sonoras y el crepitar eléctrico de las guitarras, que tanto enriqueció los discos de Reverend Bizarre, es uno de los sabores especiales aquí. Un órgano de iglesia, una batería marcial, un bajo poderoso e hipnótico, y ante todo la oscuridad profunda y comprometida que tan bien conoce este señor. Todo lo convierte en un disco coherente y afinado, una muy personal exploración que tal vez resulte especialmente atractiva para uno que haya amado y conectado con la música de Reverend Bizarre, como servidor; muy diferente, desde luego, pues aquí hay muy poco de "tradicional", pero ahí está el espíritu, y sobre todo la creatividad y el sentido de la belleza de su principal artífice, que es lo que más importa, me parece. En todo caso, cualquiera que disfrute del buen doom sin limitaciones o simplemente del rock experimental, debería prestarle atención. Es un pequeño disco perfecto, lleno de vida y pasión, para disfrutar con mente abierta, calma y fascinación.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Reverend Bizarre, III: So Long Suckers



(Spikefarm, 2007)

La tercera gran obra de Reverend Bizarre, el retorno al vacío del que surgieron, el último sagrado sermón sobre la oscuridad, el arte y la muerte. Espectacular. No podrían haber cerrado el ciclo de una forma más majestuosa. Era difícil imaginar esto después del segundo álbum, Crush the Insects, tan puritano, clasicista y directo. Aquí lo que hay sigue siendo una lección magistral de Doom tradicional, pero con el nivel de grandiosidad y épica elevado al máximo, y un tono experimental nunca antes llevado tan lejos. No es de extrañar, dado que es un final deliberado, un sacrificio y un cierre, una muerte que había de ser épica, para un proyecto, o misión, que revitalizó un género con una fuerza y una personalidad fuera de lo común. El final tenía que ser a lo grande, y pusieron toda la energía en el esfuerzo.

Son dos discos de una hora cada uno, y no sobra ni un minuto. Se toman su tiempo para desgranar ad infinitum sus pesadas composiciones, a veces lentas como marchas fúnebres de un mundo denso y gris, otras aceleradas con los ritmos energéticos de repetitivos mantras guitarreros. Hay un progreso visible desde el trabajo anterior en las habilidades técnicas mostradas por los tres miembros de la banda, o más que un progreso, un salto: todos ellos brillan como nunca antes, sacando de sus instrumentos mucho más de lo que uno esperaría en el género, recreando a veces un cierto espíritu de jam pero a su modo sosegado y tétrico, casi jazzístico, donde la batería y especialmente el bajo, como en general en todo el disco, son los principales protagonistas. De igual forma, Albert canta con una mayor amplitud de registros, y su impresionante voz de tenebroso predicador te hiela los huesos con su vibrato, y vuelve a emocionar y a transmitir como en esa gran obra maestra que es In the Rectory of the Bizarre Reverend, su inspiradísimo debut. Ciñéndose a su propio dogma, a lo que son capaces de hacer dentro de los límites marcados por el lenguaje elegido y sus instrumentos, llegan hasta las últimas consecuencias, en un disco que vibra con el amor depositado en su confección. El resultado es una obra de arte, desde la hermosísima portada, pasando por cada una de las canciones, un monumento cada una de ellas, hasta los últimos sonidos escondidos de ultratumba, que parecen sugerir una transición a otro mundo, donde el Reverendo Bizarro sigue acaso tocando ante una audiencia incorpórea, cuyos ecos nos llegan distorsionados como a través del velo de la muerte.

Oscuridad, blues, psicodelia, el espíritu del hard rock de los 70, todo ello vivido y bebido en las fuentes, y hecho carne en la forma de un Doom metal apocalítico y tradicionalista no carente de sentido del humor y autoironía, Reverend Bizarre se convirtieron en leyenda y dieron fin a su fascinante carrera con este tremendo disco que revela a unos músicos en la cumbre de su inspiración e interacción como banda. Asusta pensar lo que podrían haber hecho de haber continuado. Nunca lo sabremos, pues fue un final definitivo, como desde entonces se han encargado de dejar bien claro. Quién sabe, sin embargo, si habrá renacimiento tras esa muerte. En todo caso, nos queda el apabullante testamento de una banda que es ejemplo de lo que puede ocurrir cuando se explora la creatividad con entrega a unos límites concretos y definidos. Doom what thou wilt!

martes, 20 de diciembre de 2011

Reverend Bizarre, In the Rectory of the Bizarre Reverend


(Sinister Figure, 2002)

Llegué entre las sombras y el aquelarre me envolvió con su laureada invitación: "Empieza el baile, ¿no te unirás a mí?". Los bosques oscuros me absorbieron en su red de sueños, y las palabras del sombrío bardo se clavaron finalmente en la presa, atrayéndola, amándola: "Este es un viaje a un mundo mejor", decí­a. No le creí­, pero le entendí­ y le acompañé, y la belleza del jardí­n lo fue todo en su lento devenir.

En la claridad de este aquelarre, puedes oí­r el crepitar de las texturas, sentir el temblor, la vibración de la energía de los instrumentos. Todos los músicos son brujos muy conscientes que tocan con esmerada atención, pues la lentitud es una religión y vierten en ello todo el poder, sin guardarse nada. La voz de Albert guí­a el viaje con emoción y energía, y cada una de las tonadas guarda para ti el placer secreto del estremecimiento. A veces, el baile se agita y se acelera, hiperventilando tu alma danzante con los vapores del ritmo de eras lejanas.

El fin se acerca. "Cirith Ungol", la última canción del bizarro bardo, te traslada al penoso tramo final de aquel viaje definitivo a través de Mordor, y puedes sentir cómo se extienden las sombras, lentamente, en sus yermas tierras, y entrevés quizás el negro más profundo que precede al amanecer. Y experimentas, sin juzgarlo, permitiéndote sentirlo, lo bello, lo cálido de lo oscuro, el reverberar inquietante y reconfortante que resuena en las tinieblas: Dooooooom... Es un viaje que se demora, que no termina nunca, y sin embargo es hermoso y agradeces cada paso, y al fin llega el nuevo dí­a y somos libres, y no hay nada más que decir.