Genio descendido a la tierra |
Zaragoza, sala Arrebato, domingo 1 de abril de 2012.
En el escenario, un tío que, por un lado, llama la atención, y por otro parece alguien que te podrías encontrar en la calle, familiar y extraño al mismo tiempo. Larga barba gris, tatuajes en las manos y en el cuello, vestido como a medio camino entre estar por casa con amigos en alguna fiesta peligrosa pero en familia, y entre andar de trovador de feria medieval cutre pero entrañable.
Empieza a tocar el banjo y lo que me asombra no es sólo su apabullante dominio del instrumento, no, es que parece que se hace uno con él, que juega con él como si fuera un amigo o un ser vivo querido, exigiéndole a veces y otras aceptando que no da más de sí en ese momento, y me pregunto con quién habla, si con el instrumento o con su musa invisible o consigo mismo, porque los gestos de su cara son de conversación amigable, como que ahora hace maravillas dejándose llevar por vientos astrales que nadie más ve en la sala, y después, de regreso a la tierra, busca el hilo y sonríe risueño y acepta, tranquilamente, que ya ha pasado el momento, y sigue jugando con el banjo, ya llegará otra vez el espíritu. Y llega.
Despidiendo energía luminosa en pleno delirio |
Y canta con su voz potente, y marca el ritmo con los pies, a veces bailarines, como un niño feliz con su juguete, ajeno a todo lo demás, y se entrega a la música que fluye a su través despreocupadamente y como en un alucinar permanente en sustrato, haciéndonos alucinar a los demás, como por resonancia, cuando la emoción sale en ondas tímbricas de su boca poseída. El color es un número, sinestesia, oh, sinestesia, sinestesia. A veces toca canciones reconocibles, bromea sobre la reproducción fiel y precisa a la que obviamente no se esclaviza, sino que improvisa libremente, sin temor a perderse, y aunque se pierda, en seguida encuentra otra senda, y sigue. Encarnando varias culturas, sin vergüenza y sin despeinarse, en una persona, Oriente y medioevo y blues y rock and roll, todo vibrante en su folk simple y desnudo de tío sentado tocando el banjo. Psicodélico en su canalizar energías pero extrañamente comedido, entregándose y volando con los ojos cerrados, lisérgico pero manteniendo el control, como un buen músico que sabe jugar y dejarse llevar sin desvariar, transmitiendo ese salirse de madre momentáneo, excéntrico en esos gestos repentinos con las manos, como manipulando algo invisible en el aire, haciéndose con las sonrisas y risas del público como artista callejero, y al momento sus dedos tatuados haciendo maravillas con las cuerdas, y él como en trance pero con los pies en la tierra.
Al final la gente aplaude, y él se pone a aplaudir a la gente y hace crecer la cosa poniéndole más ganas que el público, y la cosa acaba con gritos en plan eufórico y descontrolado por las dos partes y risas, y me quedo no sabiendo si el tío simplemente tiene sentido del humor o está situado en un nivel psíquico especial y peligroso o qué pasa. Un concierto corto pero intenso y alucinante, un disfrute. Gracias a Bombo y Platillo, y espero que sigan poniendo la mirada en músicos tan interesantes, y trayéndonoslos por mucho tiempo a Zaragoza, este espacio desolado en el que casi no me puedo creer que haya visto en directo a Daniel Higgs.
Blues, sinestesia y amor |
[gracias lorena por las fotos 1 y 2]